La huella digital en la política

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huella digital

Por: Antoni Gutiérrez-Rubí

Todo nuestro rastro en Internet —la huella digital— es una sombra invertida que se proyecta hacia delante, especialmente en los políticos. La huella digital de una persona es una conversación abierta al mundo, para los que conocen el contexto y para quienes no lo conocen. Por lo tanto, la corrección debe ser norma en un político, y releer el “historial” en redes sociales para evitar suspicacias, antes de ser candidato, una obligación.

Pero no siempre es así. En el año 2011, un ciudadano normal, Guillermo Zapata, hacía “chistes” [crueles] en Twitter, hablaba sobre el holocausto y sobre otros temas, todos de humor negro e insultante, en un contexto en el que se comentaban cuáles eran los límites del humor y de cosas que no se podían escribir en las redes sociales. Uno de esos “chistes” decía: “¿Cómo meterías a cinco millones de judíos en un 600? En el cenicero”.

Estas palabras, escritas en Twitter hace más de cuatro años, fueron difundidas el pasado 14 de junio. Ese ciudadano normal ahora era concejal de cultura del Ayuntamiento de Madrid, y ese mismo día era su primera jornada de trabajo después de las elecciones, que había ganado con el partido Ahora Madrid. De repente, en toda la prensa dejó de hablarse de la nueva alcaldesa de la capital española para hablarse de su concejal de cultura y de que debía dimitir. La mayor parte de la prensa, centenares de tuits y declaraciones públicas de políticos exigían a la alcaldesa esa dimisión. Finalmente, aunque se estuvo defendiendo y disculpándose, Guillermo Zapata, el concejal de cultura de la ciudad de Madrid, dimitió.
No era la primera “víctima de Twitter”, ni será la última. De hecho, el primer caso conocido tuvo lugar ya en 2010, en la campaña de las generales del Reino Unido, como indicaba Xavier Peytibi. Stuart MacLennan, de 24 años y aspirante laborista a diputado en la circunscripción escocesa de Moray había escrito en su timeline, un año y medio antes de las elecciones, insultos a los votantes (describió a los ancianos como “los que esquivan los ataúdes”), a sus compañeros de partido y a sus contrincantes, además de frases machistas e insultantes hacia minorías. Escribió, por ejemplo: “Sentado frente a una vaca particularmente egoísta en el tren, que se tomó todo el espacio para las piernas bajo la mesa con sus bolsos” o “creo que estoy completamente sobrio por primera vez en 4 días” o “la mujer a mi lado en el tren está leyendo una novela de Danielle Steele. Puedo, de hecho, confirmar que está en letra muy grande y a doble espacio”. Una vez difundido el escándalo, la carrera política de MacLennan terminó en horas, cuando fue expulsado por el partido laborista.

Estos son sólo dos ejemplos de graves errores en la comunicación y en la manera de concebir cómo es la sociedad actual. Hablamos de una sociedad que no tiene memoria, que no investiga o comprueba, analiza o piensa. Nos guiamos por olas informativas donde todos los contenidos —y polémicas— circulan rápidamente y algunas explotan o son explotadas, y no se volverá a hablar de ello en unos días. Pero también hablamos de contenidos que son siempre consultables y abiertos, por mucho que pasen meses o años, y que cualquiera puede acceder a ellos. Y en política y comunicación política, nos enseña dos cosas claras:

En primer lugar, ningún candidato debe presentarse a ningún cargo si ha escrito cosas parecidas, por mucho contexto, o no, que existiera al escribir esos tuits. Se debe hacer una auditoría y una lectura de todas las redes, analizar y sobre todo, leer, borrando lo que no se quiera que aparezca.

En segundo lugar, y tal vez más importante, una nueva tendencia: no importa si Guillermo Zapata escribió esos tuits hace más de cuatro años, ni importa que no fuera el candidato principal (de hecho, era el número 12 de la lista electoral), alguien, de su oposición, va a rastrear esos tuits, como hicieron los conservadores con los tuits de Maclennan, filtrándolos a la prensa aunque hubiera pasado un año después de haberse realizado. Nos hallamos ante una nueva herramienta para desprestigiar a los políticos adversarios, rebuscar en su huella digital, en sus palabras, descontextualizadas —a veces—, para conseguir lo que no se ha conseguido en las urnas.

En cualquier caso, a pesar de este uso como arma política o electoral, es siempre el sentido común lo que debería pesar en una conversación online (y este es el error de muchos políticos).

Aunque en el caso del concejal madrileño, desde luego, una dimisión en tan poco tiempo ha puesto el listón muy alto. Todo lo que pase a partir de ahora, por muy banal que parezca, exigirá una dimisión. Y rápido. Y lejos de las polémicas, lo que ha sucedido ha ayudado sin duda a desempolvar la palabra fiscalización en España.

Fuente: Blog de Antoni Gutiérrez-Rubí


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