Trump y la mentira como herramienta política

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Por: Antoni Gutiérrez-Rubí

«Ven lo que sucedió anoche en Suecia, ¡Suecia! ¿Quién hubiese creído que sucedería en Suecia? Han acogido a un gran número de refugiados y están teniendo problemas que nunca pensaron que tendrían», exclamaba Trump en un acto público el pasado 18 de febrero. Se refería a un atentado inexistente. Mintió, aunque después tratara de explicarse; mintió para justificar sus medidas contra los refugiados. Una mentira más y van…

En campaña, según análisis de Politifact, alrededor del 70 % de sus declaraciones fueron falsas, lo que le valió ser nombrado, en 2015, el mentiroso del año. Michael LaBossiere, profesor de Filosofía en la Universidad Florida, decía «ha perfeccionado la mentira intolerable como herramienta de campaña […] hace una declaración claramente falsa, o incluso absurdamente falsa, que atrae la atención de los medios. Entonces, él se aprovecha hasta que llega el momento de decir otra».

Maquiavelo hablaba de la mentira como eficaz arma política porque la verdad resulta mucho más difícil de creer. Trump no es el primer ni el único político que miente, pero pocos o ninguno lo hacen como él. La mentira parece haberse convertido en una estrategia discursiva recurrente, en una práctica habitual. No se ha limitado a la campaña, así como tampoco a la figura de Trump. Su equipo también la lleva a cabo y se defienden diciendo que se trata de «hechos alternativos». Pero, ¿por qué lo hace (hacen)? ¿Y para qué?

1. La mentira es una coartada. Seguir mintiendo es la manera con la que se encubren otras mentiras. Es una opción cuando no se está dispuesto a reconocer equivocaciones. Al tapar una mentira con más mentiras, las contradicciones aumentan, las evidencias quedan el descubierto, y los errores se aceleran. Uno queda atrapado, mientras huye hacia adelante, en un callejón sin salida.

2. La mentira como justificación. Algunas de sus mentiras, como la de Suecia o la de Bowling Green, son argumentos que utilizan para justificar sus políticas. Provocan lo que, en marketing, se conoce como FUD, acrónimo en inglés de miedo, incertidumbre y duda. Son falacias, señuelos que utilizan para explicar y defender sus decisiones, falsas evidencias para fundamentar sus medidas extremas.

3. La mentira refuerza la autoridad. Y mantiene el miedo dentro de los equipos. Al mentir, arrastrando a tus subordinados a cubrirte y protegerte, creas tantas complicidades como vulnerabilidades. Los obedientes en la mentira, son validados en la prueba de lealtad de la mentira compartida. La autoridad se refuerza y se nutre de esta lealtad corrompida.

4. La mentira como prueba de poder. Mentir porque se puede. Para probar la impunidad o la resistencia de la realidad a la distorsión y la falsedad. Mentir como símbolo del poder arbitrario y temerario. «Yo decido lo que hago», publicó en Twitter hace poco Donald Trump. Él decide cuándo, cómo y por qué miente. Esa adrenalina es enfermiza y útil para personalidades narcisistas.

5. La mentira como señal. Mentir para mostrar lealtad con sus seguidores, a quienes la falsedad compartida convierte en súbditos acríticos. Mentir para mantener la turba cohesionada, para ofrecer un desafío irredento a los acólitos. Mentir para no defraudar, para estimular la pasión adocenada. Mentir para mantener vínculos profundos, sanguíneos, intestinos con los que te siguen en la creencia. Mentir para generar adeptos dependientes. Narcotizados en la mentira, capaces de convertir la adhesión en una misión.

Trump miente por supervivencia, por necesidad, por liderazgo, por poder, por conveniencia… La mentira no es para él solo una herramienta política, es su forma de gobernar y liderar.

Publicado en: Reforma.com (México)(38_Tendencias Globales. 27.02.2017)

Enlaces de interés:
Miénteme (Josep Massot. La Vanguardia, 5.03.2017)

Fuente: Blog de Antoni Gutiérrez-Rubí